El reconocimiento es proveedor de sentido y, como tal, ayuda a combatir el sentimiento de enajenación («sentirme ajeno a») que se instala en nosotros. El reconocimiento significa validación de presencia mutua y de interdependencia. Sea en el rol profesional o en otros roles de vida, todos estamos necesitados de reconocimiento, nos supone una legitimación o una validación de nuestra actitud o de nuestro comportamiento, refuerza nuestro sentimiento de inclusión.
El individuo degradado
El individuo degradado se define tanto por su necesidad de reconocimiento social como porque irradia emociones negativas. El degradado se siente devaluado e incluso despreciado, va planteando sus reivindicaciones y su esparciendo su malestar tanto en sus foros restringidos como en las redes sociales. El degradado va coincidiendo y convergiendo con otras personas que también se sienten despreciadas o que aspiran al reconocimiento social.
Desde su déficit de empoderamiento, en el degradado todo es frustración, incomprensión e incluso indignación. Devuelve ese sentimiento de minusvalía en forma de reproche y de reivindicación. El degradado rara vez quiere asumir su cuota de responsabilidad para que las cosas sean diferentes. En el estado de degradación, la legítima aspiración de reconocimiento social y de valía -personal o profesional- quedan secuestradas por emociones y actitudes negativas (miedo, tristeza, rencor, impaciencia, intolerancia, odio).
Todo profesional conoce estados, más o menos duraderos, de degradación: desde el empleado que no recibe reconocimiento alguno por su trabajo bien hecho, hasta el directivo que pierde su empleo y no vislumbra oportunidad alguna, sus capacidades quedan invalidadas. Las empresas son responsables de reproducir valores que combatan la degradación.
A su vez, muchos ciudadanos viven estados prolongados de degradación. Mi entender es que las ideologías son tanto más potentes en tanto en cuanto los individuos se instalan en su condición de degradados, agraviados, escasamente empoderados. El degradado engrosa las hordas de la ideología sin ser consciente de la puerta por la que entró, ignorando el propósito último por el que fue captado. Señalo aquí esta dimensión social porque bañamos en la ideología del degradado; en mi experiencia, nunca observé tanto sentimiento de degradación a través de los países; hay múltiples signos reveladores de este estado anímico.
Esta dimensión social tiene conexiones con la profesional.
El reconocimiento farsa
El reconocimiento farsa lo defino como aquellas actitudes, comportamientos e incluso políticas corporativas que sustituyen la conversación -franca, directa, regular y sosegada- entre el superior y el subordinado(a), o entre los miembros del equipo natural, por sucedáneos, escaparates, juegos eróticos y premios menores. En el mundo de la eficiencia, la agilidad, la mejora continua y el valor añadido, unos y otros se sienten tan enchufados y tan líquidos que han evacuado fuera de ellos el tiempo para estas conversaciones («no tengo tiempo»).
La farsa son los indicadores (“success factors”) que retienen y que cocinan esos jefes desde esas políticas que legitiman su quehacer, que luego envuelven con un “storytelling” y visuales convincentes. Mucho topping y poco nutriente. Mucho envoltorio y poco regalo-sorpresa.
No hablamos aquí de incentivos, todavía no.
Los líderes dedican energía a cocinar el reconocimiento farsa, que a menudo coquetea con la ideología del degradado. Convocan a sesiones-circo para distribuir su reconocimiento farsa, como si de un programa de telerrealidad se tratase, y cubrir de esta forma el expediente. Pero la conversación directa, la que en verdad nutre el compromiso, el trabajo bien hecho, el ajuste de capacidades y el bienestar de la persona no tuvo lugar, ni se espera.
El reconocimiento efímero
El miembro de un grupo cualquiera en Facebook se representa como el creador de contenido o como el distribuidor del contenido producido por otros o por una institución, es un contenido a fuerte carga visual. Otro tanto sucede con el miembro de LinkedIn o de Twitter. Unos y otros exponemos para obtener un reconocimiento efímero en forma de like, de comentario, visualizaciones, reteews o seguidores.
En las redes sociales, el compromiso es esencialmente consigo mismo; cada uno quiere mostrar su lado aventajado, enterado, premiado, desenvuelto, conectado, desacomplejado, conseguidor. En las redes sociales, cada miembro actúa (e incluso sobreactúa) como contenido pasivo en busca de reconocimiento. Lo único que interesa de la comunidad o de la sociedad es que esta nos reconozca y nos valide.
El reconocimiento farsa está siendo a los negocios lo que el reconocimiento efímero es a la comunidad. Ambos están interconectados.
La producción de valores y de belleza
Señalé en una sesión con un equipo, que los negocios están escorados hacia la función de producción de riqueza y de poder, y tienen descuidada la función de producción de valores (ética, colaboración, sostenibilidad) y de belleza (ej.: bienestar, sanación).
Una condición para reproducir poder de forma sostenida y sana es desmultiplicarlo en el sistema humano, para lo cual es imprescindible el ejercicio del reconocimiento. Esta forma de legitimar poder está (aún) poco implantada en los negocios. Son más comunes las propuestas, modelos y procesos de concentración del poder. En materia de gobernanza se está confundiendo gestión del riesgo y concentración del poder. El reconocimiento farsa es causa y consecuencia de la concentración de poder.
Una condición para producir belleza es cultivar el reconocimiento genuino entre las partes, hacer que los roles se sientan bien en su interacción, que la relación sea sana, que los objetivos y los límites sean claros, para lo cual se requiere conversar, y no hay conversación sin escucha.
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