«Yo, yo y más yo»
Sus descendientes, candidatos y directivos son castigados a menudo a este monólogo del empresario otrora emprendedor: «Yo, yo y solo yo». Solo hablan ellos y desde ellos. De lo que han hecho y conseguido. Se interesan más bien poco por el punto de vista de quien han convocado en busca de consejo y ayuda. Hablan como si vivieran pendientes de un reconocimiento social que nunca les llega. Y cuando les llega, no saben acogerlo. Otra vez «yo, yo y todavía yo».
La fijación en el «yo, yo, yo», representa un obstáculo en el empoderamiento de la segunda generación familiar. Que está en la empresa por designación parental. Pero que no requiere de tanto reconocimiento social. La no dependencia del reconocimiento de terceros en la segunda generación hace creer al progenitor que sus cachorros son más endebles, menos exigentes. Porque «yo, yo y más yo».
El jefe «yo, yo y más yo» no es consciente de cuánto puede anular la valía de sus descendientes y directivos. No es consciente de cuánto tienen que amputar ellos su autonomía y capacidades a cambio de convivir con el sempiterno «yo, yo y siempre yo» del jefe ¿Acaso teme ser olvidado? Me contaba esta semana un descendiente de un emprendedor empresario de éxito que su padre podía compartir mesa y mantel con él y no hablarle durante seis meses, como para castigarle. El otrora «yo creador e impulsor» se transforma con el tiempo en el «yo censurador» e incluso en el «yo castrador». El «yo, yo, yo» tiene la fantasía de ser más potente que la propia marca e incluso de sustituirse a ésta.
Escribí aquí alguna vez que el emprendedor es un antidepresivo. Lo cual no es una patología sino una forma de escapar de la misma. La posición antidepresiva es un energético vital. Una forma de buscar el reconocimiento social que nunca llega. A pesar del éxito. Les resulta duro tener que jubilarse sin que (supuestamente) les llegue el reconocimiento anhelado durante toda una vida. Por eso, cuanto más envejecen, más se instalan en el «yo, yo y nada más que yo».