Cuando el mal hacer del otro impide nuestro buen hacer

¿Qué legitimidad concedemos a nuestras capacidades afectivo-relacionales respecto a nuestras capacidades técnico-cognitivas? ¿Qué barrera estaría impidiendo la plena realización de nuestras capacidades? ¿Ya mostramos alguna ambición para superarla?

El mal hacer del otro es posiblemente el argumento que más usamos para excusar nuestra incapacidad para hacer bien nuestro trabajo. El otro es lo que nos separa de nuestra plena capacidad y de nuestro compromiso con un trabajo bien hecho. El otro puede ser el jefe, un colateral, un colaborador. El otro puedes ser uno mismo.

La barrera del otro nos resulta bien visible mientras que la barrera propia nos resulta invisible, aunque otros la observan, la sufren e incluso nos la señalan. Nuestra barrera puede estar en nuestro bajo auto-control, en nuestra dispersión, en nuestra dificultad para deslindar lo que corresponde al rol y lo que corresponde a la persona, en que confundimos colaboradores y amigos. Puede estar en nuestra dificultad para escuchar o para indagar, en nuestra creencia de que tenemos que tener respuesta a todo. Puede estar en la desorganización de nuestro pensamiento o en nuestra caótica gestión del tiempo. La resistencia está en poner el foco en la barrera del otro como excusa para ocultar la propia.

La imperfección hace más creíble la perfección

La perfección puede ser fea como la soberbia ya que nos lleva a ocultar nuestra propia ignorancia. La imperfección propia puede ser bella y elegante si va acompañada de una ambición de superar nuestra barrera invisible. La imperfección hace más creíble la perfección y sin embargo es fuente de vergüenza en numerosos directivos. Mostramos nuestra ambición no tanto cuando presumimos de nuestra perfección sino cuando nos ponemos a trabajar en nuestra imperfección.